LA VIRGEN DE TEBAS
Hacia finales del siglo XV o comienzos del XVI cuidaban sus ganados algunos pastores de cabras y ovejas.
De vez en cuando, sobre todo en verano, abandonaban sus animales, que se acurrucaban a las sombras de las corpulentas encinas que dominaban el contorno. Mientras, los pastores bajaban a beber, a sumergir sus pies calurosos y doloridos en las aguas limpias y puras de la ribera.
A veces, se atrevían a coger unos higos o algunos racimos de frutas en los huertos privilegiados de las orillas. Tenían que escapar de las miradas de los "maquileros" que pasaban a llevar sus costales de grano a los molinos cercanos.
Un delicado zagal, todavía niño, era menos atrevido que sus compañeros. Era cobarde, y lo asustaban las tormentas frecuentes y temerosas del lugar. Cuando zumbaban los truenos, en el chozo o a ras del cielo, sus labios dejaban escapar el avemaría.
El chiquillo inocente recibía los mendrugos de pan de un dueño usurero, que le obligaba a compartirlos con su perro escuálido.
Todos se extrañaban de que pudiera vivir feliz, contento y, a la vez, robusto y brioso en aquellas soledades. A muy pocos descorría el misterio de sus intimidades.
De vez en cuando, muchos días, una señora y un niño le regalaban frutos como los de las huertas cercanas. No sabía quién era. Era, sí, una mujer muy buena, el niño muy hermoso. El chiquillo sólo sentía las despedidas:
- "¿Ya te vas, señora, ya te vas?"
Un día, el pastorcido se puso malo. Los demás pastores se extrañaron de la rapidez de aquella enfermedad. En el delirio de la fiebre miraron al zagal y oyeron unas palabras:
- "¿Ya te vas, señora, te vas?"
Y alguien parece que escuchó también estas otras:
-"Y tú conmigo."
El niño murió, y poco después, sobre los muros visigodos, se levantó una ermita y se colocó una imagen, tallada conforme a las confidencias que el pastor inocente había hecho.
Nadie duda hoy que aquella mujer era la Virgen. La Virgen de "te-vas" o de Tebas.
Esta historia la he oído contar miles de veces. No hay nadie en Casas de Millán que no la haga suya.
Aún recuerdo aquellas idas y venidas, entre jaras y encinares, jinetes sobre todo tipo de cabalgaduras, romeros de la Virgen de Tebas. Dos veces al año íbamos a la ermita: en febrero, para San Blas; en mayo, para la Virgen.
Aún me parece escuchar a los mozos llevando a las imágenes sobre sus hombros, contentos, porque San Blas era uno de los suyos:
"San Blasiño, San Blasiño, bien te lo decía yo: el juntarte con nosotros iba a ser tu perdición".
Contrastaban estas actitudes con las de aquellos otros que recorrían la legua de distancia a pie, descalzos, rezando y, al llegar, sin darle más importancia, limpiaban sus lágrimas de los ojos, la sangre de sus pies y todavía les sobraban fuerzas en sus labios:
"Virgen Santa de Tebas, Madre adorada. No olvides a tu hijo que tanto te ama".